lunes, 25 de agosto de 2008

Se me acaba el tiempo en Kenya.




El tiempo aquí pasa demasiado rápido aun a pesar de que, entre semana, los dias siguen diligentemente el mismo orden y su curso es parecido dia con dia. De lunes a viernes mis obligaciones y mi horario es siempre el mismo, salgo a la misma hora cada mañana y regreso a la misma hora cada noche. Sorprendentemente, eso no me aburre ni me cansa, quizá sea el hecho de que esta rutina es temporal (un mes) y su corta temporalidad le impide a mi mente concebir la posibilidad de la monotonía.

Ya tengo mi propia rutina africana y cada mañana escucho mi despertador, salgo de mi mosquito net, salgo del mosquito net de la litera, y entro al baño antes de que se pare Sophie, mi roomate irlandesa.

El baño, por fin, ha dejado de atemorizarme. No me provoca gracia ni mucho menos indiferencia, sigue siendo un sacrificio el poner un solo pie dentro pero ya tengo mis trucos y mis mañas.

Cuando llegué, solo sabía que no habría agua caliente lo cual no me escandalizó en lo mas mínimo. Sabía que la casa de voluntarios tenía capacidad para 20 personas y en ese momento habian 23 voluntarios a lo que asumí sin preocupación que estaríamos algo apretados. Al entrar en la casa me encontré con miradas dispersas y hasta descorteses, olor a pollo frito y papas, bocas hablando llenas de comida mezclada con catsup, seres poco aseados y ojeras de cruda. Cuerpos desparramados en completo desorden sobre el piso y los viejos muebles deslavados, viendo la televisión sin mucho afán y sin interés en saludar o cuando menos alzar la mirada a los nuevos voluntarios que acabábamos de cruzar por la puerta.

Subimos las escaleras y en el pequeño cuarto del fondo habían dos lugares, tomé la parte de arriba de las segunda litera, Sophie tomó la primera. Las camas de abajo pertenecían momentáneamente a Claire (inglesa trabajando con niños de la calle) y a Claire (americana dando clases de inglés). Ninguna de las dos Claires estaba ahí en ese momento así que empezamos a desempacar mientras nos percatábamos de que no había lugar para nuestras cosas.

Claire inglesa (la que dormía debajo de mí) es tan cochina que parece broma, no sé si de plano tiene un proyecto personal y está experimentando con su propio cuerpo, quiere probar algo, tiene un plan elevado y profundo que se va desarrollando con el paso de los días y es tan desapegada que no parece importarle permanecer con la misma ropa durante 3 o 4 días (en Mombasa, una costa donde aparte de calor y humedad hay tanto polvo que si sonríes demasiado los dientes empiezan a ponerse grises ó cafés), bañarse esporádicamente y no lavar su ropa durante 3 semanas. Salir cada noche a bares atestados de negros sudorosos empeñados en tocarte y abrazarte tan pronto te descuides, hombres altos, fuertes, persistentes y con olor alto, fuerte y persistente también.

Es tan compleja la labor de Claire que, no se conforma con su propio desorden ó el tufo y humor que emana del compartimento donde tiene gran parte de su ropa sino que sus cosas están esparcidas por todo el piso, el pequeño mueble de madera (intento de armario donde deberían caber las cosas de las 4 pero ahora esta ocupado por las cosas de las 2 Claires) tiene todo tipo de artículos de belleza (que me queda claro que no usa, a juzgar por su aspecto) y chucherías. El espacio del piso entre su cama y el mueble de madera (camino al baño) está meticulosamente ocupado por elementos misceláneos tales como: envolturas, taza del chocolate caliente de hace tres días con sus respectivas y muy merecidas moscas bailando cual aureola coronando por encima de la taza, botellas de agua, ropa de la semana pasada, y demás cosas que respeto con tanto temor reverencial que no me acerco a indagar su funcionalidad y muchísimo menos su procedencia.

Lo anterior cumple con unas reglas de desmadre estrictísimas, no se sale ni tantito del manual del mugroso y me atrevería a decir que sobrepasa cualquier expectativa. En conclusión, Claire no se anda con pendejadas.

Así que mi primera semana fue una continua lucha interna por resistir a la suciedad de la casa, la tortura de bañarme en un lugar donde la regadera esta encima del escuzado, el piso se inunda ya que la coladera está tapada y, por mas que traiga puestas mis chanclas, el agua sucia llega a mis tobillos mientras el resto del baño es cada vez mas polvoriento.

Afortunadamente, las dos Claires se fueron hace dos semanas y media y con ellas se fué su desmadre dejándome mas tranquila con mi resignación y dando paso a la costumbre.

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